lundi, mars 23, 2009

I

"El muchacho se fue. Había comido sin luz en la mesa. El viejo se quitó los pantalones y se fue a la cama a oscuras. Enrolló los pantalones para hacer una almohada, y puso el periódico dentro de ellos. Se envolvió en la frazada y se acostó sobre los periódicos que curbían los resortes de la cama.
Se durmió al poco rato y soñó con Africa cuando era muchacho, con las playas doradas y blancas, tan blancas que lastimaban los ojos, y con los altos cabos y las grandes montañas pardas. En esa costa vivía todas las noches y en sus sueños oía el bramido de las olas y veía llegar a los nativos en sus botes en medio de ellas. Olía la brea y las estopas de la cubierta al dormir y sentía el olor de Africa que la brisa de la tierra traía cada mañana.
Normalmente, al oler la brisa de la tierra despertaba y se vestía para despertar al muchacho. Esa noche el olor de la brisa de la tierra llegó muy temprano y en su sueño el viejo lo supo, así es que siguió soñando para ver los blancos picos de las islas que emergían del mar; después soñó con las distintas bahías y radas de las islas canarias.
Ya no soñaba con tormentas, ni mujeres, ni grandes peces, ni peleas, ni concursos de fuerza, ni con su esposa. Ahora sólo soñaba con lugares y con los leones en la playa, que jugaban como gatos jóvenes en el ocaso. Los amaba tanto como al muchacho. Nunca soñaba con el muchacho. Simplemente despertó, miró la luna por la puerta abierta, desenrolló sus pantalones y se los puso. Orinó afuera de la cabaña y después se fue por el camino para despertar al muchacho. Temblaba por el frío matinal. Pero sabía que con ese temblor se calentaría y que pronto estaría remando"
Ernest Hemingway (El Viejo y el Mar)

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